Herman Puig
Published by Elena Garro (in Spanish)
Herman Puig llegó a París sin cargo oficial,
prebendas o recomendaciones, cuando ya se perfilaban las migraciones gigantescas de
nuestros días. Herman Puig llegó sin equipaje, iba provisto de una
cámara fotográfica y vestía una cazadora a cuadros rojos y
negros.
Apareció veloz como una centella. Venía de las playas azules de Cuba,
cuando estas todavía no se habían politizado. En aquellos días
llegaban los jóvenes de América en busca de la Fama. Herman buscaba
otra cosa, algo inasible e indecible: era un artista. Pero un artista que no iba
hacia delante, que no entraba en la fácil corriente de la Vanguardia
¡tan de moda! Casi a pesar suyo hizo por encargo de Adolfo Bioy Casares, el
guión de uno de sus cuentos: En Memoria de Paulina. En su primer trabajo,
Herman jugó con los espejos, los jardines infantiles y el pasado. Su
cámara imaginaria se volcó hacia atrás, hacia lo
irrecuperable. El director Torre Nilson quedó sorprendido.
Después, llevado por ese mismo afán de búsqueda, se
unió a Langlois en la organización de la Cinemateque, que más
tarde el mismo Herman Puig fundaría en Cuba. Casi inmediatamente, en Saint
Johan in Tyrol se puso unos esquíes, un alegre gorro rojo y con los bastones
de esquiar en alto, se lanzó de la montaña más elevada.
¡Nunca había esquiado! Y desapareció en medio de un enorme
remolino de nieve. Era el adolescente de una isla tropical devorado por las nieves
antiquísimas de Europa. Hermán Puig se perdió. Se
perdió con la lente de su cámara que debía fotografiar alguna
maravilla todavía no descubierta. Herman Puig se fue al pasado.
Reapareció en el Renacimiento. En el mundo creador de Leonor Fini. Entre sus
verdes y sus azules, sus crujientes sedas, sus joyas, sus pinceles, para aprender
algo que él ya sabía: el olvidado goce del lujo. ¡El lujo!
¿Acaso no es ahora una ignominia? Aunque sepamos que el lujo consiste en la
nobleza de los materiales ¿Y que mejor atuendo para el hombre? Llevado de la
mano por Leonor Fini, que decoraba el film Romeo y Julieta, Herman Puig
reconoció la hermosura de las escalinatas hechas para ser pisadas por la
planta del hombre, el misterio de las máscaras y la gravedad de los
festines. Aprendió un mundo en desuso.
Pero Herman Puig quería ir más hacia allá, más hacia el
pasado, mientras a su alrededor los artistas iban más acá, más
hacia la mecanización del arte, la desaparición de la escultura y la
reducción de la forma humana a volúmenes informes hasta reducirlos a
clavos, puntos, rayas. Ellos habían cruzado ya la frontera prohibida, la que
marcaba peligro: ¡aquí se destruye al hombre! De la distensión
de la realidad pasaron a su atomización, mientras en las calles portaban
carteles contra el átomo. De sus obras centradas en borrar la huella del
hombre surgieron las criaturas que nos rodean: las No personas, los Marginados, los
Desplazados.
Con angustia, Herman Puig, un ser moderno dotado de una conciencia tan antigua como
el hombre mismo continuaba buscando a la Persona, al hombre no desplazado de
sí mismo. En realidad Herman Puig se sabía un marginado. Marginado
por voluntad propia, se colocó en el estrechísimo margen que el arte
moderno concede al artista moderno. Esto no lo hizo soltar su lente enfocada en el
pasado. La angustia se apoderó de él: ¡incomunicado! Si. El
hombre moderno ha perdido a Eco.
Sus encantadores amigos corrían hacia delante, los esperaba la Fama y a
él lo aguardaba el olvido. Néstor Almendros, el de la lente exacta,
sin preocupaciones míticas ni místicas, le suplicó:
“¡Germán, sienta cabeza!” No lo escuchó. Movido por
Mercurio, el espíritu de la apariencia de la naturaleza y ajeno al
espíritu celestial, Herman Puig se refugió en sueños
múltiples poblados de Héroes mutilados, enterrados bajo paletadas de
tierra artística de los que corren adelante sin volver jamás la vista
atrás.
Susanne Sontag, antes de que fuera Susanne Sontag, lo animó a continuar su
búsqueda adolescente. El gran cineasta Pabst, entendió su
emoción, trató de valorarlo y se mostró con él en las
ocasiones brillantes. ¿Acaso no se valora la publicidad? Herman Puig no
aprovechó las ocasiones brindadas por Manolo Altolaguirre con quien
filmó Golpe de Suerte. Tampoco aprovechó al anciano Edouard
Tissé, el operador de Einsenstein.
Marginado y solitario por propia voluntad emprendió el camino en reversa:
vio al hombre moderno cubierto de harapos de mezclilla, preparado ya para ingresar
voluntariamente en los presidios ultramodernos y multitudinarios de nuestros
días. Más allá encontró los casimires Manchester,
preámbulo del harapo y llegó al lugar en el que lo dejó Leonor
Fini: en Italia, frente a Donatello y bajo el David de Miguel Angel, olvidado en la
plaza pública. Reencontró entonces a Lucía Bosé que se
alejaba de Antonioni. La lente de Herman recuperó en el rostro de
Lucía la sonrisa arcaica de los griegos. Ella le mostró las playas
solitarias en donde yacen ahogados los antiguos Dioses y los Héroes, sus
ancestros.
Herman sabía que los Héroes son el símbolo de la conciencia y
que los Héroes estaban derrotados. Su derrota es el triunfo de la masa sin
cuerpo y sin rostro, la prefiguración del fin del hombre. Los artistas
nihilistas habían asesinado al hombre. Herman Puig debía buscar al
tiempo anterior a la destrucción. En su lucha se colocó en una
situación límite: “¡Germán, sienta cabeza!”
¿Y cómo sentarla en un espacio en el que no existe espacio para una
cabeza? Entonces, lúcidamente –la lucidez se considera un signo
peligroso de locura en este tiempo proteiforme- Herman trabajó en silencio.
El inconsciente sin consciente se convierte en psicosis total y Hermán
descubrió la enfermedad llamada deshumanización.
Antes ya, en su trabajo con Langlois, rescató a los últimos Dioses
permitidos: las estrellas de cine, luminosas y arquetípicas. En su brillante
presencia de Dioses modernos reside el poder de la fascinación de lo
“retro”.
En Von Gloeden, se encuentra la nostalgia de lo “retro”, el mundo
perdido del Paraíso Terrenal, que el Barón trató de
reconstruir en sus fotografías “naives”. Su primo Von Pluschow
le acompaña en la aventura de buscar una Grecia absurdamente
dionisíaca. Es otro alemán el que descubre la Grecia Apolínea
y la Grecia Dionisíaca y su descubrimiento lo volvió loco:
Nietzsche.
Nada de esto escapa a la mirada de Herman Puig. El no busca una
reconstrucción teatral del mundo antiguo. El busca al hombre. Lo despoja de
sus atributos modernos, de sus harapos, para esculpirlo con su lente. Y lo esculpe
con sus músculos, nervios y arterias a flor de piel. Sus fotografías
están más cerca de la escultura que de la fotografía.
Mágicamente nos llevan a la fuerza cincelada del León de San Marcos,
en Venecia. En ellas existe la misma violencia alada, las nervaduras, exactitudes y
voluntad de permanecer en el tiempo. Herman Puig sabe que es peligroso nadar a
contracorriente y entre una multitud de nadadores expertos en borrar formas y
orillas. Asegura ahogarse o tal vez renacer.
Néstor Almendros, que le recomendara: “¡Germán, sienta
cabeza!”, dice ahora: “Herman redescubre el cuerpo del hombre. Es tan
importante lo que encuadra dentro de su lente como lo que deja afuera”.
¿Qué deja? Quizás el espacio entre la estatua y el hombre, tal
vez la plaza pública construida para recordar que el hombre es algo mas que
un objeto o una materia utilizable, quizás un hombre, un héroe.
Cited in J. A. García Borrero's blog: http://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com/2009/07/23/german-puig-segun-elena-garro/